Ta-ta-chán... chán, chan-chan... chan
Ta-ta-chán... chán, chan-chan... chan
Ta-ta-chán... chán,
Ta-ta-chán... chán
Ta-ta-chán... chán, chan-chan... chan
When the night, has come...
Hola amigos y muy buenas noches.
Corría el año 1794 cuando "El Terror" alcanzó su apogeo en una Francia que llevaba convulsionada desde hacía un lustro por una revolución que sacudía los cimientos de la monarquía borbónica. Desde que los jacobinos liderados por Robespierre habían tomado el control de la asamblea, el proceso se había radicalizado hasta el punto de ejecutar al que había sido rey del país vecino para luego instaurar la república. Ese nuevo régimen republicano era, pese a su supuesto carácter democrático, igualitario e ilustrado, una dictadura de facto en la que que reprimía duramente a todo aquél sospechoso de contrarrevolucionario. Las ejecuciones en la guillotina se habían vuelto un espectáculo cotidiano en las principales plazas de París hasta el punto de que esa época fue conocida como "El Terror". Nadie estaba a salvo de sospecha, ni siquiera los antiguos aliados de los jacobinos. Como no podía ser de otra manera, los miembros de la Convención -nombre que recibía la asamblea que gobernaba el país- dejaron de confiar en el carismático abogado de Arrás, cuyo paroxismo había llegado al extremo de declarar, sin tapujos, que "se creía tan puro, que no se privaba de ningún crimen".
Sin embargo, pese a que la oposición a su gobierno seguía creciendo entre los miembros de la Convención, Robespierre se mantenía al mando de la nación. El motivo era muy simple: nadie se atrevía a dar el primer paso para pedir su cese en la asamblea, temeroso de que, a la hora de la verdad y ante el temor de ser ejecutados, la abrumadora mayoría en su contra se desintegrara. Sólo cuando se planeó una estrategia de denuncia en la Asamblea que le impidiera embaucar o atemorizar a los presentes al no permitírsele hacer uso de la palabra, Robespierre cayó. Cuando uno tras otro los diputados se fueron animando a denunciar sus crímenes sin que éste pudiera contestar, cuando se dieron cuenta que en la práctica nadie le apoyaba, sólo entonces Robespierre fue depuesto para correr la misma suerte de todos aquellos durante el régimen de terror que había impuesto: la guillotina.
El pasado domingo se produjo un hecho inesperado en el Santiago Bernabéu: Raúl no salió de titular, pero porque estaba lesionado. Exceptuando anécdotas como ésta y pese al sentir cada vez más extendido entre la afición madridista, Raúl es titular siempre. Como mucho, falta medio tiempo. Si ánimo de ser exhaustivo, Raúl debe haber jugado unos 1.897 de los últimos 1.850 partidos que ha jugado el Madrid en los últimos diez años -incluyendo los meses de su larga lesión la temporada pasada- y, si nada lo remedia, multiplicará esas estadísticas por el infinito en las décadas venideras. Y eso que el malestar del aficionado por su rendimiento es un secreto a voces. El motivo no es otro que el mismo que permitió sobrevivir los últimos meses al "tirano" Robespierre: el miedo. Miedo a que te atraviesen con la mirada o a que te abucheen si osas criticar al eterno capitán y titular indiscutible cuando anuncien su presencia en el once inicial por los altavoces del coliseo de La Castellana. Como los miembros de la Convención, nadie se atreve a ir contra corriente aunque su razón le diga que la mayoría está con él. Habrá que esperar a que un grupo de valientes se organice para que la acomplejada y atemorizada masa social derroque al tiránico "siete". Y no habrá otra solución después de que delanteros mucho más eficientes que Raúl González hayan pasado a mejor vida (y con esto me refiero a otro club cuyo vestuario no esté gobernado por la mafia de los carvajales) y antes de que Higuaín o Robinho corran la misma suerte (nunca mejor dicho).
Buenas noches y antes de dormir pásense por La Linterna, en la que Abellán volverá a meter caña a ese mayordomo electo por los socios en extrañas circunstancias que con tanta servidumbre busca las palmaditas en la coronilla del auténtico dueño del club.
Corría el año 1794 cuando "El Terror" alcanzó su apogeo en una Francia que llevaba convulsionada desde hacía un lustro por una revolución que sacudía los cimientos de la monarquía borbónica. Desde que los jacobinos liderados por Robespierre habían tomado el control de la asamblea, el proceso se había radicalizado hasta el punto de ejecutar al que había sido rey del país vecino para luego instaurar la república. Ese nuevo régimen republicano era, pese a su supuesto carácter democrático, igualitario e ilustrado, una dictadura de facto en la que que reprimía duramente a todo aquél sospechoso de contrarrevolucionario. Las ejecuciones en la guillotina se habían vuelto un espectáculo cotidiano en las principales plazas de París hasta el punto de que esa época fue conocida como "El Terror". Nadie estaba a salvo de sospecha, ni siquiera los antiguos aliados de los jacobinos. Como no podía ser de otra manera, los miembros de la Convención -nombre que recibía la asamblea que gobernaba el país- dejaron de confiar en el carismático abogado de Arrás, cuyo paroxismo había llegado al extremo de declarar, sin tapujos, que "se creía tan puro, que no se privaba de ningún crimen".
Sin embargo, pese a que la oposición a su gobierno seguía creciendo entre los miembros de la Convención, Robespierre se mantenía al mando de la nación. El motivo era muy simple: nadie se atrevía a dar el primer paso para pedir su cese en la asamblea, temeroso de que, a la hora de la verdad y ante el temor de ser ejecutados, la abrumadora mayoría en su contra se desintegrara. Sólo cuando se planeó una estrategia de denuncia en la Asamblea que le impidiera embaucar o atemorizar a los presentes al no permitírsele hacer uso de la palabra, Robespierre cayó. Cuando uno tras otro los diputados se fueron animando a denunciar sus crímenes sin que éste pudiera contestar, cuando se dieron cuenta que en la práctica nadie le apoyaba, sólo entonces Robespierre fue depuesto para correr la misma suerte de todos aquellos durante el régimen de terror que había impuesto: la guillotina.
El pasado domingo se produjo un hecho inesperado en el Santiago Bernabéu: Raúl no salió de titular, pero porque estaba lesionado. Exceptuando anécdotas como ésta y pese al sentir cada vez más extendido entre la afición madridista, Raúl es titular siempre. Como mucho, falta medio tiempo. Si ánimo de ser exhaustivo, Raúl debe haber jugado unos 1.897 de los últimos 1.850 partidos que ha jugado el Madrid en los últimos diez años -incluyendo los meses de su larga lesión la temporada pasada- y, si nada lo remedia, multiplicará esas estadísticas por el infinito en las décadas venideras. Y eso que el malestar del aficionado por su rendimiento es un secreto a voces. El motivo no es otro que el mismo que permitió sobrevivir los últimos meses al "tirano" Robespierre: el miedo. Miedo a que te atraviesen con la mirada o a que te abucheen si osas criticar al eterno capitán y titular indiscutible cuando anuncien su presencia en el once inicial por los altavoces del coliseo de La Castellana. Como los miembros de la Convención, nadie se atreve a ir contra corriente aunque su razón le diga que la mayoría está con él. Habrá que esperar a que un grupo de valientes se organice para que la acomplejada y atemorizada masa social derroque al tiránico "siete". Y no habrá otra solución después de que delanteros mucho más eficientes que Raúl González hayan pasado a mejor vida (y con esto me refiero a otro club cuyo vestuario no esté gobernado por la mafia de los carvajales) y antes de que Higuaín o Robinho corran la misma suerte (nunca mejor dicho).
Buenas noches y antes de dormir pásense por La Linterna, en la que Abellán volverá a meter caña a ese mayordomo electo por los socios en extrañas circunstancias que con tanta servidumbre busca las palmaditas en la coronilla del auténtico dueño del club.
2 comentarios:
Excelente clase de historia, algún dia de estos habrá que hacer un repaso a las victimas inocentes del terror Raulista desde Portillo o Soldado a Owen, Baptista.... comparando números, minutos y goles.
Mi escrito me supera. Raúl es el Robespierre del Madrid y no sólo por el paralelismo entre su apoyo y el del protagonista de la Revolución Francesa, sino por las innumerables víctimas que ha dejado en su camino para mantenerse en el poder.
Qué gran película saldría de todo esto -ahora que está reciente lo de los Oscar tenía que decirlo-, un nuevo "Uno de los nuestros" en versión patria. Lástima que no haya maricones, travestidos, comunistas, diabólicos franquistas, curas pederastas o putas, porque entonces los directores de cine (por llamarlos de alguna manera) españoles (lo mismo) se pelearían por el guión.
En efecto, la lista de guillotinados futbolísticamente hablando es impresionante. No creo que se pudiera hacer un sesudo estudio -ni habría tiempo ni espacio en el alojamiento- pero sí sería necesaria una breve reseña pero, eso sí, bien documentada, sobre cada uno de ellos. Labor que te encomiendo sin que mi natural orgullo se resienta por ello. Yo soy así... de vago.
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